martes, 30 de mayo de 2017

SURCANDO EL INFINITO DE CANTABRIA

“Cantabria infinita”. Éste es uno de los slogans con los que nuestros vecinos del otro lado del puerto de San Glorio promocionan las bondades de su tierra. El calificativo es, cuanto menos, ambicioso. A primera vista parece desproporcionado tildar de infinita a cualquier cosa de este mundo terrenal por muy hermosa, grande o atractiva que sea. Pero ya se sabe que a la hora de vender el producto no hay que escatimar en el elogio. Después será el consumidor quien deberá aplicar el procedimiento del famoso anuncio de la tele: “pruebe, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo”. Es aquí donde entra en juego el Club Ciclista León. -Me explico-: un buen grupo de socios nos decidimos a comprobar ese “infinito” de Cantabria haciendo lo que más nos gusta. La oportunidad nos la brindó la marcha cicloturista llamada “la Cantabrona”, fijada este año para el día 22 de abril. Una marcha madrugadora y primaveral que por su situación en el calendario siempre plantea algunas dudas. Una es la de la climatología -en plena primavera y en Cantabria nos es muy extraño que te toque la lotería de la lluvia y el frío-. Y otra la del estado de forma (Aunque creo que ésta incertidumbre nos acompaña a algunos durante casi todo el año).





Embarcados en la aventura, nos fuimos acercando poco a poco a la fecha marcada. A pesar de las dudas a las que antes hicimos alusión, he de confesar que en mi caso me encontré en vísperas del evento sin haberme calentado demasiado la cabeza. Otras ocupaciones y preocupaciones me mantuvieron distraído hasta pocos días antes de la marcha. Además, como Jorge me había dicho que “la Cantabrona era un buen entrenamiento” para afrontar otros objetivos del año, mi subconsciente actuó automáticamente para quitarle bastante hierro al asunto. Si es un entrenamiento, tampoco será tan dura… pensaba, iluso de mí…  En estas me vi hasta dos o tres días antes del evento. Fue entonces cuando  me dio por informarme más detenidamente de los detalles del recorrido. Y allí empezaron a sonar algunas alarmas: ¡¡¡180 kilómetros, cinco puertos de montaña y más de 3700 metros de desnivel positivo!!! No está mal para ser un entrenamiento…Pero ya no había vuelta atrás: suerte, al toro y que sea lo que Dios quiera… Llegamos finalmente al día de la marcha. A las 8:50 h. nos plantamos en la línea de salida situada en la localidad costera de Cuchía. Un lugar bonito y un día esplendoroso. Ni rastro de nubes amenazantes sobre nuestras cabezas. De momento, todo a favor. Después del encuentro con los compañeros del club, de los saludos de rigor y de las fotografías para inmortalizar el momento, nos incorporamos a la cola del grupo de los 1000 bicicleteros participantes. La colocación estratégica en este preciso lugar del pelotón ya dejaba en evidencia nuestra intención: disfrutar, disfrutar y disfrutar. Nada de cronómetros ni de preocupación por clasificaciones o cosas semejantes. Ya en el cajón de salida, pude saborear el momento. Es uno de los que más me impactan y sobrecogen. Me gusta palpar esa mezcla de sentimientos que aletean por el ambiente justo antes de comenzar a rodar. Me gusta imaginar la historia particular de ilusión, esfuerzo y sacrificio que ha llevado hasta allí a cada uno de esos rostros desconocidos. Me gusta contemplar el chorro de color que imprimen nuestras ropas y nuestras bicis al reflejar el sol de la mañana. Es como si, por un instante, esta vida que tantas veces nos resulta gris y oscura se vistiera de arcoíris.

Bastó el toque de campana para volver en mí y para bajar de nuevo a la tierra: a esa tierra que nos descubriría sus secretos durante buena parte de la jornada. El primer tramo del recorrido resultó tranquilo y cómodo. La organización de la prueba se encargó de contener los ímpetus de los más competitivos hasta el kilómetro 30. Pelotón agrupado, terreno favorable y  primeras sensaciones para ir anticipando lo que nos depararía el resto de la jornada. Así llegamos a las rampas del alto de San Martín, primera dificultad montañosa de la jornada. Una ascensión corta, tendida y facilona, que serviría de aperitivo de lo que llegaría después. Empalmamos, a continuación, con el puerto del Caracol. Aquí la cosa se puso más seria: 10 kilómetros de ascensión con una pequeña tregua de terreno favorable en la mitad de la subida. La prudencia y el sentido común nos invitaron a imprimir un ritmo tranquilo y a guardar fuerzas para lo que nos quedaba por delante. No obstante, la carretera empinada ya se encargó de recordarnos que no veníamos de paseo y que el rodar trotón del plato pequeño nos iba a acompañar durante unas cuantas horas más. La cosa se puso definitivamente seria al llegar al kilómetro 60. Allí arrancaba la subida a Lunada, la más dura de la ruta, pero también la más bella y espectacular. 15 kilómetros de pura poesía ciclista. La carretera serpenteante, el verdor de la montaña, el azul del cielo y la vista majestuosa del valle a nuestras espaldas componen en este puerto una de esas estampas irrepetibles que hacen que amemos el ciclismo. Sin duda es uno de los lugares más bellos que han visto mis ojos. En el terreno estrictamente deportivo tanto Lunada, como los dos puertos que aún quedaban por delante, la Sía y Alisas, los afrontamos con una filosofía parecida: buscar nuestro ritmo, velocidad constante dentro de la moderación, y restar metros a la cima. Una vez coronados, tiempo para comer, beber y esperar al resto de la tropa. Después bajar juntos y sin dispersar demasiado el rebaño. Para mi sorpresa, el cuerpo iba respondiendo espléndidamente y las fuerzas acompañaban. Quizá ayudaba el hecho de ir en la parte trasera del pelotón: -cuando tus vecinos van más castigados que tú y te permites coger el carril de la izquierda para ir adelantando a casi todo lo se te pone por delante, terminas por creerte una especie de reencarnación de Pantani-. Así discurrió la parte central de la marcha, sin mayores incidentes. Bueno, nada reseñable hasta que aparecieron los molinos del viento… Algún alma caritativa (y no miro a nadie)  me alertó de esta terrible visión como un punto crítico del recorrido donde la carretera desafiaba la fuerza de la gravedad con unos increíbles porcentajes… Y a mí, como a un tonto, me pasó lo mismo que a Don Quijote: confundí los molinos con gigantes, hasta que comprobé que todo era una farsa… -¡Menos mal que no soy rencoroso!-

Coronado el puerto de Alisas ya sólo nos quedaban 55 kilómetros y sin ninguna dificultad montañosa de relevancia. ¿Terreno fácil? Nada de eso… Los que repetían en la marcha nos advirtieron de lo contrario. Los temibles y continuos repechos del final del recorrido, unidos al desgaste acumulado, podían componer un coctel peligroso. La sombra del “tío del mazo” asomaba en el horizonte para golpearnos de un momento a otro. Pero ¿quién dijo miedo? Había que gastar las fuerzas que todavía conservaban nuestros cuerpos y lo cierto es que, en mi caso, no sé dónde se guardaban, pero aún me quedaban algunas. En el furor del momento hasta nos dio por asomar en la cabeza de la grupeta para tensar el ritmo y para ir recogiendo cadáveres. (-Prometo que no fue una venganza por la broma de los molinos-). Así nos fuimos acercando a la meta. Para mi sorpresa el físico me acompañó hasta el final. No sé si fue por mi estado de forma, o porque el terreno se adaptaba bien a mis características fisiológicas, o porque el amor propio y las ganas de llegar me hicieron sacar fuerzas de flaqueza, pero lo cierto es que las fuerzas acompañaron y llegué mucho mejor de lo esperado.
Por fin nos encontrábamos en el último kilómetro y había que preparar algo especial para inmortalizar el momento. Salimos juntos y llegamos juntos…Así, agrupados, unidos, satisfechos…, cruzamos la línea de meta.  La fotografía de la pancarta de llegada teñida de rojo y amarillo fue el mejor colofón para un día inolvidable. En ella quedará retratada para siempre esa excitante mezcla de alegría y compañerismo que provocan los sueños cumplidos. Allí estuvimos Patricio, Juan, Patricia, Adrián, Jorge, Sase, Mario, Víctor y un servidor. Seguro que ninguno de nosotros lo olvidaremos.

Llega el momento de ir cerrando esta crónica. Hablábamos al principio de probar el infinito de Cantabria… ¿Después de todo lo vivido en un fantástico día de ciclismo, qué podríamos decir al respecto? Mi conclusión es clara: somos demasiado pequeños para hacernos una idea de la verdadera infinitud, pero estoy seguro de que el infinito nos va regalando sus destellos en las pequeñas o grandes cosas que acompañan nuestra vida y que nos hacen disfrutar de verdad. Las huellas del infinito están ahí, a la vuelta de la esquina: en la belleza de un paisaje, en la majestuosidad de una montaña, en la inmensidad de un cielo azul, en la sensación de flotar sobre el asfalto, en el viento que roza el rostro, en la libertad de surcar caminos desconocidos, en la ilusión que provocan los sueños, en la amistad que une corazones acompasados a 170 pulsaciones…

Son las ocho de la tarde del día 22 de abril y toca emprender el camino de regreso a León. Es el momento de echar el cierre a un fin de semana inolvidable (y no sólo por la Cantabrona); un fin de semana en el que a nosotros, pobres mortales, se nos concedió el privilegio de poder acariciar el infinito con la punta de los dedos.


José Sánchez González

viernes, 12 de mayo de 2017

Desde el otro lado


 Aquel lejano día  de julio de 1991 que me encontraba en Valderas para participar en aquella tradicional Marcha Cicloturista que todos llamábamos la de “Benito el del Silbato”, (un cordial saludo si alguien lo conoce y lee esto), integrado en aquel variopinto pelotón de ciclistas, mirando todo con expectación y también lo reconozco, con bastantes nervios  y viendo que iba a participar en una prueba ciclista.
En cabeza  llevábamos un par de motoristas de la Guardia Civil, (mi enorme agradecimiento a todos los miembros de este cuerpo que acompañan todas las pruebas deportivas y especialmente ciclistas a través de toda la geografía nacional),  y por detrás, una ambulancia que me hizo recordar que cierto peligro habría para que nos acompañara, (años más tarde pude comprobar que gran labor de esos médicos y auxiliares que viajan despacito detrás de todas las pruebas ciclistas, muchísimas gracias también).
Casi inadvertidos vi como en algún cruce, en alguna curva peligrosa, había gente ayudando con su bandera roja, señalizando, advirtiendo, controlando que nadie atravesara la carretera a nuestro paso…
Tras 25 años y después de acudir a carreras, marchas, pruebas ciclistas en general, han sido tantos cruces, tantas curvas peligrosas, tantas rotondas…en fin muchísimas personas que voluntariamente han estado ahí, para protegernos, para darnos un avituallamiento, una palabra de ánimo, tanta ayuda que muchas veces ha pasado inadvertida y creo que poco agradecidos la mayor parte de las veces, he pasado calor, mucho frio, me he mojado infinidad de veces y ellos han seguido estando ahí , sufriendo las mismas e incluso peor las consecuencias de la climatología.
¡¡¡ Gracias Infinitas ¡¡¡¡
 

Todo esto viene a colación que hace unos meses que mi amigo Diego García del Pozo nos comento a la Junta del CC León su intención de hacer la Lieja Leonesa Solidaria a favor de la Asociación Aniridia, le ofrecimos todo nuestro apoyo y ayuda en la medida que el Club en este momento le podía dar y yo personalmente me ofrecí como voluntario para ayudar en el tema de organizar un grupo de personas en moto y cubrir los puntos que pudieran tener riesgo para el paso de la marcha.

Esto me ha hecho vivir y sentir una Marcha Cicloturista desde el lado que no conocía, valorar aún más si cabe esa labor que vi tantas y tantas veces desde la bicicleta, oyendo silbatos, viendo banderolas agitándose, advirtiéndome de tantos y tantos cruces, asfalto en mal estado, gravilla, curvas peligrosas, etc….

Ese ha sido mi granito de arena para esta marcha, la verdad, me hubiera gustado estar ahí, siendo un miembro más de los casi 50 socios del CC León, mis compañeros de club, del que cada día me siento más orgulloso de su valor humano, que habéis acudido  a participar como ciclistas, pero también muy contento de haber participado como voluntario.

Nos sentimos como Club muy agradecidos del reconocimiento que desde la organización de la Lieja Leonesa habéis tenido con nosotros.

Yo en particular me siento excesivamente valorado, mi labor no ha sido tanta para el reconocimiento que me habéis dado, totalmente inmerecido, pero que agradezco de todo corazón.

Quisiera compartirlo con José Antonio Jiménez quien me ha acompañado y ayudado a reconocer el terreno y los puntos más conflictivos, con Diego Puebla, que nos acompañó con su Burgman, con David, que con su coche nos apoyo en los puntos que no llegábamos, con Adrián que una avería le privo de venir con su moto y luego una caída de venir como ciclista, con Eduardo el “Presi”, aportando su experiencia en estos temas, con Jorge, Pablo y Juán controlando y avisando también desde la bici y con todos los que habéis estado trabajando en este maravilloso proyecto: Emerson, Rubén, Juan Pablo, Félix, Rebollo, Cristina… seguro que me dejo a muchos y pido mil perdones y os doy las gracias también. 
Agradecer a  Jorge Montes por esas preciosas fotos que ha realizado.
Nombraría también a todos los participantes sin excepción, especialmente a mis compañeros de club, sabéis que aunque ahora no os acompañe os llevo siempre conmigo y mi mente esta con vosotros allá donde acudís representando al Club.
Pero si a alguna persona en especial hay que agradecer que todo esto haya sido posible, es a Diego García del Pozo,  ha hecho realidad algo que hace unos meses era algo impensable: hacer una Marcha Cicloturista  con 200 participantes en su primera edición, conseguir ayuda económica para que una enfermedad como la Aniridia a través de su Asociación,  tenga más reconocimiento y que haya tenido difusión  en tantos medios de comunicación: prensa, radio, redes sociales, revistas de ciclismo, etc….  

¡¡ Grande Diego, muy Grande ¡¡

 
 
 
 
 
 
¡¡¡  Muchas Gracias ¡¡¡

 José Ramón (Mayo de 2017)

 


 

 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

LA MARMOTTE 2016


¡¡Yo aquí no vuelvo!! Es lo primero que piensa uno cuando cruza la meta de una prueba tan exigente como la Marmotte. Eso y otras cosas peores te pasan por la cabeza durante los interminables 14 kilómetros de uno de los colosos de los Alpes, el que sencillamente te vacía, Alpe d’Huez. Era el remate de una gran jornada ciclista, muy muy exigente, que te exprime hasta querer no volver a este magnífico y deseado escenario. Unos sentimientos que contrastan con los que nos animaron a acudir a una de las grandes pruebas ciclistas de Europa. Todo comenzó el 30 de junio con el largo traslado….


David García, Jorge Prada, Juan Diéguez y quien os lo cuenta, Patricia, partimos hacia Los Alpes franceses para hacer La Marmotte, con 174km y 5000m de desnivel acumulado. Había que hacer un viaje largo y a toda prisa. Al primer coche le pararon los gendarmes franceses en la frontera y otra vez recibieron la misma contestación que hace tres años. “Vamos a la Marmotte!!”.
Habíamos aparcado en la base del Alpe d’Huez, justo en el sitio donde recomiendan no dejar el coche. No había muchos, pero el que aparcó detrás tenía matrícula española, y el tío no era ni más ni menos que de Ponferrada, (esto nos recordó al ciclista de Astorga que nos encontramos en el mismo hotel en Corvara in Badia un año atrás). Creo recordar que el ponferradino se llamaba Jose, y entre otras cosas nos dijo que esta marcha se hacía bien si no gastabas en Glandón, “fundamental coronar el primer puerto y seguir tiendo buenas piernas”. Pues no veas… un puerto inmenso con rampas del 8% y el 10% y alguna de incluso más y salir de allí con buenas piernas...¡Para nosotros teníamos!.
Con muchas dudas pero con muchas más ganas de cumplir el reto, partíamos de Bourg d’Oisans un sábado 2 de julio de 2016, bajo una nube que prometía cambios atmosféricos.







Cada miembro de la expedición con su ruta en la cabeza, Jorge y su temporada de menos entrenamiento y más compromisos sociales que nunca; David y su cuenta pendiente con la marcha en sí; Juan, en su mejor momento sin dolores y dieta a base de cervezas y aceitunas, y yo, a quien la naturaleza le suele hacer lo difícil más difícil todavía, pero el férreo deseo de llegar a la cima de Alpe d’Huez hizo todo lo demás.
Con el primer puerto, el Glandón llegó la selección natural, 1000 m de desnivel positivo en 22 kilómetros de puerto, paisajes impresionantes de paredes unas veces rocosas otras arboladas, cascadas y una atmósfera de bochorno agobiante. La gente no hablaba mucho, y tampoco se escuchaba mucho español, de hecho, lo que más se escuchaba era algún que otro resoplido y palabras en otros idiomas que por como sonaban, no podían ser nada bueno. Vamos, que lo que dijo el ponferradino de no gastar en este puerto era justo lo que estábamos haciendo, ja!. El descenso tampoco te deja descansar mucho, es muy largo y peligroso, tanto que hasta la organización no cronometra el tiempo para evitar riesgos.



El mercurio iba subiendo por el valle de Maurienne a los pies del Tèlègraph, otro de los famosos puertos de la jornada: 12 km de verde paisaje, bosque, mucha humedad, un bochorno que hacía sudar hasta el ciclista de paja que decora la cima. Desde allí a Valloire donde se encontraba el tercer avituallamiento, muy generoso por cierto, con orejones, fruta fresca y miles de barritas y geles de Ettix, pero hago mención especial a los bocatas de mortadela que tan ricos nos supieron. Durante el corto momento de “sobremesa”, tirados en una zona verde y espalda apoyada en una valla, nos mirábamos y nos preguntábamos: “Pero por qué hacemos estas cosas?”.
 Con 100 kms de ruta encima teníamos fuerzas renovadas para enfrentarnos al coloso, al bestia, al inmenso y al más bonito puerto de la jornada, faltaban 18 km todavía hasta la cima del Galibier a 2645 m de altitud. En la zona inicial de la ascensión, donde las faldas de la montaña parecen paredes verticales que luego dan paso a praderas verdes, empezábamos a oler el agua. Una cortina gris se cernía en el horizonte y no dejaba ver los picos. Mal asunto, unas gotas finitas al principio: “¿Nos ponemos el chubasquero o no?”, dieron paso a gotones que se espetaban con furia contra el suelo y claro, sobre nosotros también.  Chubasquero puesto pero mojados por dentro y por fuera. Kilómetros de subida por la carretera serpenteante entre rocas con un viento que iba a más cuanto más arriba e inflaba el chubasquero y hacía la ascensión un asunto de orgullo y lucha contra los elementos. La carretera serpenteante entraba en la zona de empinadas rampas y el viento cada vez arreciaba más.



Habíamos dejado bastante atrás el único refugio en forma de casa de toda la ascensión y ahora ya solo podíamos tirar hacia la cima donde estaba el avituallamiento, allí rodeados de infinidad de picos recuperábamos fuerzas y  por fin dejaba de llover. A nuestro lado unos españoles soñaban con un vaso de leche para mojar las típicas magdalenas francesas alargadas que rezumaban mantequilla. Justo enfrente un voluntarioso hombre regalaba sacos de plástico a los ciclistas para combatir el agua y el frío del descenso. Ciclistas que lucían sus mejores equipaciones en un día como este, pero que no les importaba calarse un saco de plástico con la marca de un pienso para gallinas con tal de mitigar lo que se les avecinaba. Entre el piso mojado, la niebla, los sacos y las caras de susto al ver que la tumbada era peligrosa seguramente fastidiaron el día al fotógrafo de la curva en pleno descenso en la que miles de ciclistas han comprado su foto en ediciones anteriores, verdad Jorge? 




Como Jorge y David habían coronado antes, se encontraron la lluvia en el descenso del Galibier. En un primer momento la gente se refugiaba en el túnel de la cima del Galibier, los más atrevidos dejaban esa zona de paisaje lunar donde nada te protege del viento ni el agua y procedían a descender. Bajar tantos kilómetros con ese frío y esa humedad hizo que muchísimos  ciclistas se refugiaran en un restaurante de Lautaret, entre ellos David. Al día siguiente ya no había tanta gente en ese mismo bar y la simpática irlandesa que nos recomendó la hamburguesa montañesa, (la única en la que no he puesto kétchup en toda mi vida de lo buenísima que estaba), nos contó que varios ciclistas tuvieron que ser trasladados en ambulancia por hipotermia, y que uno fue incapaz de frenar y salió recto en una curva. Incluso dos ciclistas de Alicante que bajaban con dos minutos de diferencia entre ellos le gastaron la misma broma a Jorge: “Tú de León, estarás acostumbrado a esto, no?” Los dos le habían dicho lo mismo bajando y luego lo comentaron en el Foro MTB donde pensaban que le podía incluso haber sentado mal, pero Juan les trasladó que a Jorge le había parecido una coincidencia simpática y muy curiosa.






Poco antes de llegar a la base del Alpe d’Huez empezó a chispear otra vez, pero paró justo antes de comenzar la subida. Dicen que si ves el coche en la base del puerto, que te entra la flojera y no lo subes, sin embargo, a todos nos pasó lo contrario.  Llegar hasta el inicio del puerto significó tener claro que íbamos a subir. Cada curva lleva el nombre de uno o dos ganadores de etapa en ese puerto y el suelo está abarrotado de pintadas de nombres de ciclistas famosos. Esos nombres te mitigan un poco el sufrimiento, incluso mucha gente para a descansar, comer y beber algo mientras observan el panorama y la retahíla de ciclistas arrastrándose para completar los kilómetros finales de esta última ascensión, la nuestra fue la curva nº 6 la dedicada a Gianni Bugno. Estaba claro, íbamos a acabar la Marmotte como fuera, como si teníamos que subir andando, íbamos a llegar arriba.
Para David, subir Alpe d’Huez era una cuestión de orgullo personal y lo tenía en su bandeja de asuntos pendientes; Jorge sólo quería llegar a la base “menos tostao” que hace tres años y sentir que se puede disfrutar de una subida semejante. Juan iba escuchando un ruido raro en la bici mientras subíamos este último puertaco y decía para sus adentros: “Sabía que sería duro, pero no puede ser que me esté resultando ¡tan duro!”. Una vez en la cima se percató de que había hecho la subida frenado. La bomba se había resbalado de su sitio y la rueda había ido desgastando el velcro durante toda la subida!, Juan también es especialista en hacer que lo difícil sea más difícil todavía.

Finalmente para mí, subir Alpe d’Huez era simplemente: “¡La leche!”. Llevaba dando la paliza con ese puerto desde el mismo día de la inscripción,  subir allí arriba era un sueño que tenía desde niña, una subida mítica que parecía algo inalcanzable y ahí estábamos, llegando a meta de la mano con una sonrisa de oreja a oreja, llamando a casa tal y como había prometido para decir: “Estoy en Alpe d’Huez y lo he conseguido!!!”. 


Ya en la meta sentíamos la falta de calorías y teníamos una temblequera incontrolable, solo teníamos ganas de abrigarnos y bajar. Jorge y David por allí andaban recuperando fuerzas, ni siquiera nos entretuvimos en pedir el diploma de finisher. “Ya lo descargaremos por internet”. Bajamos huyendo del viento que soplaba en la cima, tampoco paramos para hacernos fotos, confiamos en las fotos de “Photobreton”. Al final llegamos al coche, de ahí al apartamento en Oz en Oissans, sanos y salvos, ni un pinchazo ni incidente alguno, los cuatro con caritas de agotamiento físico pero una alegría inmensa por dentro, miradas de complicidad, abrazos y choques de manos.
No sé por qué hacemos estas cosas, es cierto, te dejas infinidad de horas en rutas largas para coger fondo, luego subir puertos que te ponen en tu sitio y tratar de no perder rueda en el llano. Hacer marchas de gran fondo implica hacer estas tres cosas durante un día casi entero, pero lo bonito de estas aventuras es darte cuenta de que querer hacer grandes cosas hace que hagas cosas grandes.
Dos días más tarde nos aventuramos en otra liada made in David que implicaba ir con el coche a la cima del Glandón para descender con mil ojos esa bajada peligrosísima, subir el Col de la Madeleine, desde cuyo mirador se divisa el Mont Blanc para luego bajar y dirigirnos a los Lacettes de Montvernier, y teminar en la Croix de Fer. Unos 120 km y más de 3000 m de desnivel positivo. Al terminar, ni siquiera me quité el casco dentro del coche, simplemente renunciaba a moverme más. Nunca se nos había hecho de noche acabando una ruta, pero vaya ruta!!. Sólo otros tres ciclistas andaban por la zona a la caída del sol, tres españoles que se avisaban de la presencia de nuestros coches en la carretera con el típico movimiento de mano mientras decían: “¡Coche, coche!”.
Aquél día fue un punto de inflexión para David. Ese día recogió el testigo de los grandes escaladores, llegó el relevo generacional y entró en la Croix de Fer antes que ninguno de los cuatro, ¿de verdad que pusiste plato en el último kilómetro? Eso solo lo sabrán las marmotas que le vieron pasar como un cohete. Mientras David era la cara yo era la cruz de esa moneda en ese puerto de 30 km que precisamente se llama la Cruz de Hierro, pero versión francesa. ¡Vaya cruz!
Días más tarde y tras visitar otros países, Legamos a Flandes. Allí, David, que lleva un GPS incorporado de serie, nos llevó por callejuelas, cruces y pueblines a recorrer cuatro de los más famosos muros del infierno del norte y las clásicas de primavera. Esta fue otra jornada de cicloturismo por lugares emblemáticos y cargados de historia. Allí supimos lo que es el pavé de Oude Kwaremont, Pateberg, Koppenberg y Kapelmuur y lo que cuesta mantener el equilibrio al subir, pero mucho más al bajar.



Nada de esto se viviría de la misma manera si no fuera por el placer de compartir el pre, el durante y el post de las marchas en sí. Son estas situaciones las que hacen que forjes lazos de amistad invisibles y resistentes; lazos que se tejen poco a poco, como la tela de araña, fuerte y flexible a la vez. Gracias por este viaje inolvidable.

PATRICIA GONZÁLEZ BARREALES

miércoles, 22 de julio de 2015

MARATONA DE LOS DOLOMITAS 2015

“¡NOS HA TOCADO!” exclamaba Jorge allá por el mes de enero, seguido de: “¡Nunca pensé que pudiera hacer esta marcha!”. La Maratona de los Dolomitas por primera vez se iba a celebrar en el  mes de julio, el día 5 para ser exactos. Al saber de este cambio Jorge, David, Juan, JR y yo en un primer momento nos apuntamos al sorteo de plazas.


La Maratona tiene fama de ser una de las tres grandes marchas de Europa. Personalmente no conozco la Marmotte, pero la Quebrantahuesos sí y de momento nada es comparable con la Maratona. Unas 10.000 personas se movilizan desde 60 países para acudir a lo que parece “la llamada de la nave nodriza” en medio de un paisaje único. En las carreteras que desembocan en los Dolomitas Italianos pocos coches no van cargados con bicicletas. Sus ocupantes llevan ese brillo en los ojos que la ilusión dibuja en la mirada,  entre ellos también nosotros, Jorge, David, Juan y yo, Jr que se descolgó de la convocatoria y le echamos mucho de menos.
Nuestro objetivo, Corvara, al este de Italia y a 2.000 km de casa, mejor era tomarlo como un viaje con paradas. De camino, nos desviamos hacia un pueblín cercano a Briançon, (Francia)  donde pernoctamos antes de afrontar el Col D’IZOAR a 2.360 metros en el Sur de los Alpes Franceses. Con un calor sofocante paramos a rendir homenaje a Fausto Coppi en su memorial poco antes de coronar en una zona llamada La Casse Déserte,  esta fue nuestra primera Torre de Babel del viaje.


 

Subimos por la vertiente de Guillestre y bajamos por la de Briançon. A media bajada David nos hizo reír al desvelar sus dotes de imitador, que emulando a quien no quiere paradas largas para avituallarse porque se le enfrían las piernas, le hacen parar para comer en medio de un descenso de un puerto alpino.

Dos días antes de la gran cita ya asomábamos por los Dolomitas. Sorpresa mayúscula al ver el Passo Gardena, con sus grandes rocas en forma de dolmen, formación rocosa que da nombre a la zona. Alojados en Corvara, a 5 km de la salida y donde se situaba la meta, nuestro alojamiento situado en plenas pistas de ski sorprendió por su belleza, las vistas y también por la pedazo cuesta tipo Valdorria con la que había que lidiar antes de alcanzar la puerta. “¡Hay que ver, siempre pillamos los alojamientos con sorpresa!”

Noches templadas que daban días de sol y calor. La pregunta es obligada: “¿Qué os vais a poner mañana?” Recogiendo los dorsales el día antes nos percatamos del calor que podía llegar a hacer. Toda la parafernalia del dorsal es muy profesional, los detalles cuidados al máximo nivel, desde cambio de tallas del maillot, maillots de mujer para nosotras,  y hasta un chaleco Castelli de la Maratona.

El 5 de julio de 2015, la marcha salía a 6:30 am. No estábamos lejos de La Villa,  localidad de donde partía la marcha, pero los preliminares matutinos llevan su tiempo. Despertadores, olor a café reciente, luces encendidas en la mayoría de los apartamentos aledaños y gente en movimiento. “Qué temprano es, no ha amanecido, pero no hace frío, eso es bueno, las cabras que vimos ayer fueron una señal”, me decía para mis adentros. Nuestra Valdorria particular nos esperaba y de camino fui experimentando una sensación nueva, era como dar un salto al vacío. Sentimientos de desasosiego, nerviosismo y toneladas de ilusión se entremezclaban al despedirme de Juan y de los demás para dirigirme a la zona de féminas, justo delante del todo. Todo quedó eclipsado en el momento en que el speaker anunciaba el inminente comienzo de la prueba, todo ello aderezado con la bendición católica de un sacerdote justo antes del chupinazo que marcó la salida. “Claro, estamos en Italia”, pensé. Helicópteros de la RAI sobrevolando nuestras cabezas, ruido de calas encajando en los pedales y gritos de emoción y parabienes en infinidad de idiomas. “¡Esta sí que es la marcha de la Torre de Babel, esto promete!”. 
La Naturaleza en estado puro me mantenía entretenida, sabía que por detrás venían los “Tres Mosqueteros” y tarde o temprano me iban a alcanzar. Gente animando, tiroleses haciendo sonar el látigo como un disparo en la primera subida a Campolongo. A continuación Passo Pordoi  (2.239 m) donde comí una barrita mientras pensaba: “¡Qué suerte tengo de poder estar aquí!”. Continúo la marcha, cargo fuerzas en el avituallamiento del P. Sella (2.244 m) donde lugareños de las montañas animan a los ciclistas armando estruendo con cencerros enormes y carracas de dimensiones descomunales  que se escuchan en todo el valle. “Qué raro, llevo varias horas de marcha, casi cuatro subidas y todavía no me ha alcanzado nadie de los que vinimos juntos, espero que estén todos bien”. Busco los colores del CCLeón entre la multitud cada vez que doblo una curva y tengo visibilidad hacia abajo. “Nada, no vienen”. Hasta que por fin escucho. “¡Patriiiiiiiiiii, estás aquí!”. Sonrío al ver que empiezan a cumplirse mis previsiones y me alegro de escuchar una voz amiga. Jorge me ha dado alcance en primer lugar poco antes del avituallamiento del Passo Gardena (1.871 m). “Adesso qualcosa!” me gritan al adelantarme en el descenso. Todo tiene su razón de ser. “¡He perdido el tapón del bidón y ha salido despedido, no doy crédito!” ¿Por qué mi vida siempre se complica con los bidones en las grandes citas?”. Segundo ascenso al Campolongo (1.875m), llego al avituallamiento, intento conseguir un bidón nuevo sin éxito, pero escucho la voz melodiosa que me hace decir con alegría y casi sin girarme para ver quién era: “¡Qué bien, mi Juan, ya me has alcanzado!”.

Se acabó el trayecto en solitario y nos dirigimos al Passo Giau. El calor empieza a apretar, la gente empieza a necesitar agua, vemos colas y digo colas de gente en línea esperando su turno para cargar los bidones en algunos regueros de la subida. Mediodía, toda la fuerza del sol cae sin piedad en un valle donde no corre una brizna de aire, una tórrida subida sin mucha sombra salvo aquella proporcionada por los túneles y las viseras del puerto que sirven de cobijo y descanso a los más afectados por las altas temperaturas, no recuerdo mucho del aspecto de este puerto, lo que sí recuerdo es el panorama dantesco durante la subida, “¡Pasamos de los 34ºC  fijo!”.  Con cada gota de sudor que veía caer y salpicar la barra de mi bici pensaba…. “¿Dónde vas? ¡Te necesito!”. Subida dura, 10 km al 10% de desnivel mas lo que llevas de antes, Juan adelantado unos metros, va recibiendo noticias mías por medio de los españoles que me saludan  durante la subida. “¿Qué tal la has visto?”, “Bien, bien!”, le respondían.
En la cima del Giau (2.236 m) nos quedamos perplejos con la vista. Al poco llegó David, foto para la historia y desde ahí ya no nos separamos.

Solo quedaba un escollo y medio, el P. Falzarego (2.117)  donde el exciclista profesional Eros Poli reconoció León en el maillot y nos habló de cuando corrido la Vuelta a León y a Burgos. Todavía faltaba el Passo Valparola (2.200 m) para luego dejarse caer hasta La Villa, donde el tremendo Muro del Gato ponía a cada uno en su sito, otra vez, y ya iban ocho. Este muro de unos 200 m de largo y rampas de hasta 19% provocó innumerables “eses”, caídas, “pies a tierra” y esfuerzos sacados de donde ya no quedaba nada.





El Muro del Gato nunca estaba en silencio, gente disfrazada de gato, de demonio, de mil cosas… animaban y gritaban a tu lado, arrancándote una sonrisa si las fuerzas lo permitían, claro. De ahí a la meta solo había 2 km, este tramo era como el paso por el purgatorio, te provocaba sentimientos encontrados. “Qué pena, esto se acaba… ¿Qué digo? pero si estoy deseando llegar y que pase esta tortura!” Cada uno vive su marcha, sus dolores, sus crisis, su momento de la llegada…  momentos muy especiales  donde cada uno dedica sus logros, o no. En mi caso sí lo hice, así como la subida al Gavia (2.652m) desde Bormio a los dos días, y las dos vertientes del Stelvio (2.758) también. Estoy segura de desde donde esté, mi padre me anima a seguir “un poco más” y no rendirme a las primeras de cambio.  






Sabemos que es muy difícil volver a ser tocados por la diosa de la fortuna y que podamos repetir otro año la Maratona de los Dolomitas, por eso quiero dar las gracias a “Mi Juan” (ahora Giovanni)  que además de ser un ser “un sufridor”, soportó dolores que van y vienen cuando menos se lo espera y disfrutó a lo grande en los descensos sin mí. A David, (ahora Davide) quien le pone un punto épico a todas las marchas que hace, dolores de huesos y piel quemada en combinación con la mayor afabilidad que puede tener una persona, ah! y los mejores “dichos”. Gracias también a Jorge (ahora Giorgio) que nos mete en estos “fregaos” y nunca dice mentiras sobre cómo son los puertos…. Ah! Y que por cierto hizo un tiempazo en esta marcha también!

Compartimos momentos, experiencias, ilusiones que nos mantienen en movimiento y nos hacen ser más duros y más humanos a la vez, pero poder estar en estos lugares y hacer estas cosas  hace que veamos la vida de otra manera. Ha merecido mucho la pena tanto esfuerzo. Gracias a todos, sin vosotros esto nunca habría sucedido.



Patricia González.

jueves, 25 de junio de 2015

QUEBRANTAHUESOS 2015

Son las siete de la mañana y los primeros rayos de sol comienzan a teñir de mil colores la muchedumbre congregada en el Pirenarium de Sabiñánigo. El día es especial: para muchos ha estado marcado con color rojo en el calendario desde hace muchos meses. Hombres, mujeres y máquinas forman una marea humana en la que palpitan nervios e ilusiones a partes iguales. Perdidos en la multitud, en un rincón que casi resultaría imperceptible a vista de pájaro, se encuentran nueve aventureros vestidos de rojo y amarillo, los colores del Club Ciclista León. A pesar de la tensión del momento los nueve se sienten unos afortunados al poder participar en la XXV edición de la marcha cicloturista Quebrantahuesos. Y entre ellos está quien ahora deja constancia de lo vivido en aquel día inolvidable. En la impaciente espera del pistoletazo de salida los pensamientos se agolpan en mi cabeza: -¿Qué pinta un cura como yo en un lugar como este?- La respuesta no es complicada. Cumplir con un reto personal que comenzó siendo una utopía, después pasó a ser un sueño y poco a poco se convirtió en una ilusión. Y, como no podía ser de otra manera en mi caso, me acuerdo del de arriba y le pido: Señor, que no nos pase nada, que volvamos sanos y salvos, que la experiencia sólo nos deje recuerdos hermosos.


Poco más tarde estalla el cohete que indica el comienzo de la prueba, aunque a algunos todavía nos toca esperar un poco más (un grupo de 8500 personas no se le puede pedir demasiada agilidad en sus movimientos). Tienen que pasar unos cuantos minutos para que por fin pasemos por la pancarta de salida. Ahora sí que ha llegado la hora de la verdad. Por delante tenemos 200 kilómetros para pedalear, para subir y bajar puertos, para sufrir y disfrutar, para admirar la sobrecogedora hermosura de estos paisajes y exprimir nuestros cuerpos hasta sus propios límites. Los primeros kilómetros pasan rápido y rodando a mil por hora. Ya nos habían advertido de que el ritmo de salida es endiablado hasta que se llega a Jaca. Con el lío de la salida los camaradas del club nos hemos dispersado y los que hemos quedado rezagados intentamos alcanzar a los que van por delante. Después de unos kilómetros unos cuantos logramos agruparnos, pero el comienzo de las primeras rampas del Somport nos vuelven a separar. Comienza la parte dura de la prueba y cada uno tiene que seguir el ritmo que le marcan las propias fuerzas. Queda mucho por delante y los esfuerzos de más siempre se pagan. El Somport será el primero de los cuatro puertos que nos esperan. La subida sirve para calentar motores y para buscar sensaciones. Después vendrá el Mari Blanc con la dureza de sus últimos cuatro kilómetros a más del 10% de desnivel. Aquí ya nadie puede tirarse un farol. Cada uno sube como puede: algunos sacando a relucir los buenos entrenamientos de la temporada, otros haciendo equilibrios sobre la bicicleta para no ir a parar con sus huesos en el suelo. Al coronar alcanzamos el ecuador de la marcha. A partir de ahora iremos descontando los kilómetros. Pero todavía queda la subida al Portalet y a la Hoz de Jaca. El primero es el juez de la quebrantahuesos. En sus 30 kilómetros de subida puedes crecerte o hundirte definitivamente. Es la diferencia entre que el puerto se te haga simplemente largo o interminable. Y el segundo, la Hoz de Jaca, es la puntilla. Cuando parece que ya ha pasado lo peor, los dos kilómetros de la última dificultad montañosa de la marcha son algo bastante peor que una piedra que se te mete en el zapato. Y, si cada una de estas cuatro ascensiones tiene su punto de dureza, ¿qué decir de sus respectivas bajadas? El chillido de los frenos que no se deja de escuchar y el zumbido de las flechas humanas que te van adelantando por todos los lados hacen que a uno le suban la adrenalina y los “congojos” a la altura de la garganta. En los descensos también es donde se aprecia el lado amargo de esta fiesta del ciclismo en forma de percances y caídas, algunas con bastante mala pinta. Ojalá que ninguna haya sido de gravedad y todos los que las sufrieron se recuperen pronto para seguir disfrutando de la pasión por la bici. Pasada la Hoz de Jaca ya sólo quedan unos cuantos kilómetros. No sabría decir cuántos, puesto que un bache mal puesto en la carretera y mi torpeza en las bajadas hicieron que el cuetakilómetros de mi bici saliera volando por los aires. Menos mal que ya faltaba poco, porque eso de rodar a ciegas no me gustó demasiado. Ahora el objetivo es acomodarte en un buen grupo y dejarte llevar hasta la línea de meta. Aunque se vuelve a rodar rapidísimo los últimos kilómetros pasan despacio. Empieza la cuenta atrás: 10, 7, 5, 3 Km… hasta que por fin volvemos a entrar en Sabiñánigo. Es el momento de disfrutar. El objetivo se ha cumplido. Me entran ganas de gritar, siento que me tiembla todo el cuerpo, pienso en los míos y me digo: ¡Va por vosotros! Y al cruzar la línea de meta uno tiene la sensación de estar viviendo unos de esos momentos irrepetibles en los que se congela el tiempo y el mundo se detiene para que puedas meter un instante en el cofre de tus mejores recuerdos; esos que te acompañarán toda la vida.
Esto es lo que dio de sí mi primera Quebrantahuesos. O mejor, una parte de ella. La otra parte quizá es todavía mejor que la primera. Es la del compañerismo, la de la camaradería, la de las risas, la de las palabras de ánimo y de fuerza, la de las anécdotas compartidas…

Y en esta otra cara de la QH estáis muchos de los que vais a leer esta crónica. Vosotros me hicisteis soñar un día con vivir esta experiencia. Vosotros habéis sido mis maestros en la escuela del ciclismo. Vosotros fuisteis mi motivación y mi estimulo en innumerables días de entrenamiento. Vuestras palabras de ánimo han sido gasolina para alimentar el motor de mi ilusión y mi empeño. Mi primera quebrantahuesos siempre será un poco vuestra. Y lo será especialmente de quienes compartisteis conmigo este momento. Quisiera terminar con una breve mención a los nueve de la comparsa:
De Jorge puedo decir que ha sido para mí algo parecido a lo que ha sido Kevin Roldán para Piqué. Yo también le podría decir aquello de “contigo empezó todo”. Su tiempazo en la marcha le garantiza un puesto en el cajón del próximo año. Será, sin duda, el rival a batir.
José Ramón (más conocido en el mundillo como J.R.), fuente inagotable de anécdotas y gesticulaciones y pura pasión por el ciclismo convertido en un verdadero estilo de vida.
David, el hombre de las grandes citas: nunca vi sacarle tantas prestaciones a los entrenamientos del mes de mayo, ni tanta capacidad de concentración en los largos viajes en coche.
De Juan digo que si no existiera tendrían que clonarlo. Lo mejor del coche de apoyo en las rutas de marzo y abril era, sin lugar a dudas, quien lo conducía. Ahora, ya sin coche, Juanillo sigue haciendo lo mismo y con la misma generosidad: apoyando, ofreciéndose para todo, aportando ideas y soluciones; todo un jefe de equipo.
 Y esa Patri: sonrisa en la boca y corazón valiente. Y, si no me equivoco, primera chica del club que saca un oro en la QH. No hay reto que se le resista a la niña del grupo…
Jose (Sase) vino a hacer una marcha cicloturista, pero creo que lo más duro fue cuidar de Regino durante tres días. Estoy seguro de que la experiencia le resultará muy útil para su recién estrenada paternidad. Me quedo con el momento Induráin: después de más de veinte años de espera por fin tiene firmado su maillot amarillo. Su cara en ese momento lo decía todo.
Regino ha disfrutado con un niño (y creo que la expresión se puede interpretar en toda su literalidad). Siempre nos acordaremos de su look vintage paseando por la feria en la tarde del viernes. Gracias a su inconfundible aspecto nunca llegó a perderse del todo entre la multitud. Que Dios le conserve esas dos cosas que siempre son admirables en los niños: la bondad y la inocencia.
Para el final dejamos a los hermanos Schleck: siempre discretos, siempre afables, siempre sonrientes. ¡Y cómo andan los tíos, sobre todo cuando la carretera se pone para arriba! A Rubén creo que Jorge le tendrá que invitar a unas cañas por los servicios prestados en Somport y Mari Blanc. Javier también venía para dejar el cronómetro temblando, pero la mala suerte se cebó con él: una avería en la rueda le hizo terminar antes de tiempo. Sabemos que la rabia y la frustración tardarán en irse unos cuantos días, pero estamos seguros de que volverás para poner las cosas en su sitio. Cuenta con que nosotros estaremos allí para animarte y compartir el momento.
A todos me sale del corazón deciros una palabra: GRACIAS. Gracias a todos vosotros por haber alimentado esta ilusión, por haberla hecho posible y por haber estado allí para compartirla. Gracias a la vida por brindarnos momentos como el de este fin de semana que ya forma parte de nuestras vidas.


José Sánchez González (Un cura al que le gusta esto de las dos ruedas)

miércoles, 10 de junio de 2015

CLÁSICA LAGOS DE COVADONGA 2015


No hubiera sido nada raro que en estas fechas no estuviera escribiendo esta crónica reviviendo las experiencias de mi primera marcha y clásica a los Lagos y muriéndome de envidia, leyendo o escuchando las experiencias del resto de la grupeta sino hubiera sido porque aquel viernes 6 de Marzo, en un acto de inconsciencia y empujado por la euforia del WhatsApp me descubriera dando los pasos necesario para hacerme con el dorsal 985. Eso sí, tenía claro que ahora no había disculpa, tocaba prepararse para que nada fallara y contaba con los “elementos” necesarios. Entiéndase por “elementos” los que ellos ya saben.

Y después de 3 meses Junio estaba aquí. Era ya viernes 5 y esa tarde tocaba preparar todo y encaminarse a la aventura, nervios e ilusión en un manojo, incluidos. La pena, que por el camino se nos quedaban Sase, quien le iba a decir que algo le impediría ir a su tercera como bien dijo el mismo, Jesús y Berto.
Nada más llegar, lo primero y sin casi tiempo, a por el dorsal. Con las prisas ni deje bolsa de ropa para el día siguiente, estaba lloviendo y la previsión no era muy halagüeña para la marcha, ni comprobé mi Chip, pese a ver a la gente mirando en un ordenador, creí que comprobaban su inscripción hasta que me saco Mario de dudas cuando nos encontramos para cenar y recargar antes de la “batalla”. Casi acabando de cenar, el tercer componente y veterano de Lagos, Regino, apareció tras un percance con su vehículo, por cierto, espero que todo se solucionara. Sobremesa y ultimamos la hora y sitio de encuentro.
Ya en la habitación preparando todo y a dormir que tocaba madrugar, por si no lo hiciéramos poco entre semana. A las 06:50 los ojos como platos, persiana arriba y como no, agua, complicado librarse. Despertarme pronto me permitió meter ropa de abrigo en la mochila y llevarla al polideportivo, menos mal, lo que me hubiera arrepentido de no hacerlo. Y a la salida ahí estaba Jose Luis que acaba de llegar de León. Ya teníamos conformado el equipo, pero… sorpresa… aparece Berto, lastima y falsa ilusión, sólo viene a recoger los maillot. Y bueno Perfecto que vamos…. a otro nivel.



Todo listo, estamos en la salida, algo retrasados y expectantes sacando algunas fotos y después de aproximadamente 6 minutos del pistoletazo pasamos por la marca de tiempo. Los primeros kilómetros aunque rodamos rápidos son tranquilos y pasan sin apenas darnos cuenta, Mario nos va guiando y metiéndonos en diferentes grupos que se adaptan más a nosotros, con lo que vamos dejando gente atrás. El tiempo nos está respetando y apenas llueve aunque si hace fresco, pero se agradece. Pasamos todo la parte llana pendientes de estar lo más cerca de la cabeza del grupo en el que encontramos buenas sensaciones para evitar cortes que se iban produciendo. En esta dinámica Regino cogió la cabeza un rato y enfilo al grupo camino del primer avituallamiento previo a la Torneria. Tras alimentarnos e hidratarnos un poco nos lanzamos por las primeras rampas de la Torneria, pese a que habíamos hablado de ir juntos hasta Lagos, se cortan Jose Luis y Regino con lo que avanzamos Mario y yo a buen ritmo y recuperando posiciones, lastima del maldito chaleco que se me cae y a por el que regreso pese a pensar en dejarlo ahí, no pasa nada Mario me espera y volvemos a tomar la marcha dejando de nuevo atrás a los que nos habían recuperado. A medida que nos acercábamos al final la niebla iba cerrando el paisaje y alimentaba las voces de ánimo que llegaban de la cima, increíble la sensación de verte coronando con los coches de la organización y público animándote, irrepetible. Mi compañero de faena y yo decidimos no esperar dada la mala climatología y lanzarnos al descenso sin tan siquiera abrigarnos algo, manguitos abajo y listo. Finalizado el descenso, algo cortados, comenzamos la cabalgada para meternos en un grupo, como llanea el amigo. Metidos ya de lleno y sin enterarnos, no es por ir de sobrado, nos preguntamos donde está el segundo puerto cuando estábamos inmersos en él. En las últimas rampas se notó que sí que era y al final segundo avituallamiento del que decidimos pasar. Iniciamos un largo y último descenso que nos llevaría directos al objetivo final, Los Lagos.
Fue un descenso rápido en el que aprovechamos para ir comiendo y consultarnos sobre nuestro estado de forma, sorprendentemente para los dos era bueno. Creo que ninguno nos lo creíamos y por eso seguíamos conservando algo, temiendo que el tío del mazo nos visitara. Pese conservar seguimos cambiando y pasando grupos hasta prácticamente llegar a Covadonga. Aquí si paramos al avituallamiento líquido que acompañamos de un gel y para arriba. De nuevo, que frío me entro, estaba cerca de hacerlo y me encontraba fuerte. Emprendemos la marcha y ahora sí empiezo a rememorar las veces que he visto esta subida en la vuelta España, rotonda y comienzo. La piel de gallina con toda la gente que hay animando y crecido cuando oigo “vamos esos de León” me pongo en pie dejo la rotonda y encaramo en plato, creo que no más de 50 metros y ya lo quito que queda mucho por andar. En mi mente el cálculo que tenía, 1 hora. Así que tranquilidad pero sin perder ritmo. Mano a mano vamos pasando uno a uno con precaución por los que bajan y los bandazos de lo que nos preceden. Uno de estos rompe ritmo a Mario que cae sin mayores consecuencias prosiguiendo al ver que no le ha pasado nada porque puso el pie a tierra rápido. A medida que seguimos subiendo la niebla, de nuevo, hace acto de aparición para acompañarnos hasta el final, primera experiencia y épica del todo, recuerdo a Perico apareciendo con las cámaras de meta. Relajo el ritmo y pierdo a mi compañero al que vuelvo a enganchar en la Huesera para luego dejarme el descanso antes del Mirador de la Reina en el que me dejo caer. Antes en la Huesera nos llegan los ánimos de Perfecto ya descendiendo el muy…. Encaro el Mirador y ya si toca meter el 30, creo que me habían dicho que no me iba a arrepentir y así fue. Sin ver nada más que la carretera, la gente que iba pasando, unos en bici otros andando, algunos parados acalambrados reconozco y, aún jodido, llego a sonreír pensando en lo bien entrenado que he llegado gracias a los compañeros de grupo que en unos meses me han puesto al hilo, eso si aquí no me quedo el último. Los últimos kilómetros se me empiezan a hacer ya algo pesados y me revienta escuchar tanto “te queda poco”, el cansancio hace mella. Pero al fin, reconozco esa bajada es la que te lleva directa a meta, lo he conseguido, lo he hecho, he subido Lagos y he aguantado mi primera marcha. Fin de la bajada, curva a derecha un grito de ánimo que me dice “dale que vas con fuerza todavía” quito piñón me levanto y a subir con ganas por sacar el mejor tiempo pero… no está aquí el final, queda una curva a la izquierda y ahora sí, última rampa, aprieto los dientes, no iba a dejar que me pasara nadie que deje atrás, y 05:05 mi tiempo final. Había cumplido con mi objetivo marcado.



Crónica de Patricio Martínez



martes, 17 de marzo de 2015

BILBAO-BILBAO 2015

Se confirmaron los peores pronósticos, e incluso se quedaron cortos. No sólo la lluvia y el frío hicieron acto de presencia, el granizo en varias ocasiones también nos acompañó durante toda la jornada.
La jornada para el recuerdo comenzó muy perezosa por mi parte, ya que las ganas de dormir y el ruido de la lluvia golpeando contra el techo de la caravana incitaban a seguir echando una cabezadita, pero no podía faltar a mi gran primera cita en esto de las cicloturistas.


Pensando seriamente si regresar al bus del equipo…

Con más ilusión que ganas dadas las condiciones, mi amigo Armando y un servidor enfilamos la línea de salida encabezando el grupo de las 8:45. Desde que partió el grupo anterior hasta el kilómetro dos o tres la climatología nos dio un respiro, dándonos un poco de fe a la hora de plantearnos si salir con los chubasqueros o guardarlos, pero en nada nos dimos cuenta de que esa idea sobraba completamente en éste fin de semana…
Durante los primeros 10-15km lluvia y granizo fueron los causantes de que cada 50 metros se observaba que bastantes cicloturistas se planteaban lo que estaban haciendo, ya que o bien se cobijaban en las marquesinas de autobuses y gasolineras o directamente daban media vuelta en las múltiples rotondas que poblaban los kilómetros iniciales. No eran pocos, pero aun así la cantidad de penitentes  y sufridores que continuamos en la aventura no mermó en exceso ya que durante el trayecto llegamos a observar un dorsal 6800 y en ningún momento llegamos a rodar “a solas” ni mucho menos, siempre había que mirar por el rabillo del ojo antes de realizar algún movimiento como adelantar, desviarse para descargar el depósito o evacuar las fosas nasales.
Los siguientes kilómetros continuaron más o menos con la misma tónica: lluvia, espray del que sigues la rueda (un precio tal vez algo elevado), recorrido rompepiernas con múltiples repechos y algún que otro puertecito curioso y la dificultad añadida de comenzar a adelantar a los compañeros de turnos anteriores que se iban perdiendo rueda.

Y así llegamos al avituallamiento en el km 60, momento para reagruparnos Armando y yo, al que “dejé escapar” los últimos 10-15 kilómetros del recorrido. Breve parada para comer lo que dio tiempo antes de darnos cuenta de que la cosa se estaba poniendo verdaderamente difícil, volvía a pintear y la temperatura no ayudaba en absoluto. Media manzana, dos barritas y cambio de batería de la GoPro es todo lo que dio tiempo a hacer pero ya era tarde, las manos empapadas y unos guantes de neopreno que cumplen su cometido a la perfección  y no dejan entrar el agua, tampoco salir... Estábamos HELADOS.
En la zona de avituallamiento con David Solana, del Club Ciclista A Fogatina.



Salimos del parque tecnológico intentando entrar en calor, buscando cadencia sin apenas mover desarrollo, casi se podía decir que hacíamos el ridículo más que otra cosa, pero funcionó. Y como había pasado antes, en cuanto entramos en calor no había quien echara el lazo a Armando (gran persona y mejor ciclista), lo dejé ir… No volvería a verle hasta la línea de meta, pero estaba todo controlado, habíamos dado caza a los miembros del Club Ciclista A Fogatina, amigos y conocidos desde la etapa de los Lagos de Covadonga de la Vuelta a España 2014, con quienes tiraría para delante hasta el final de carrera.

Los kilómetros empezaron a hacerse algo más pesados, el trazado y la velocidad hacían mella en las piernas y afrontamos las dos últimas cotas de la prueba, las más duras y seguida una de la otra con apenas 500 metros de separación. Comenzamos la ascensión “cogiendo cadáveres” todos juntos, pero en pocos cientos de metros David Colina y yo, ambos más rodadores que escaladores, levantamos el pie evitando provocar un petardazo que escucharan hasta mis compañeros del Club, en León… Llegamos a la cima donde nos reagrupamos y comenzamos el descenso tal vez más rápido de lo que las condiciones recomiendan, pero siempre (“siempre”) muy seguros.
Acaba el descenso y aún restan 20 kilómetros para Bilbao, pero prevenido por Colina llega nuestro terreno, y ambos habíamos guardado fuerzas en la subida… Entramos en la autovía y empieza el “llano”, ese llano que pica para abajo y nos vuelve locos a los rodadores. Rearmamos la grupeta y empezamos a rodar a bloque, pero con relevos contados, resulta que Colina había guardado más de lo que pensaba y al resto no nos quedaba más madera para mantener el ritmo demencial que habíamos impuesto. La gente de los pueblos que atravesábamos animaba a todos y cada uno de los cicloturistas que circulaban por el carril derecho, pero al ver el tren verde (y algún fichaje sin equipación como yo) que avanzaba por el carril izquierdo enmudecía o animaba aún con más fuerza al vernos un prólogo del Giro con formato CRE se tratase. La distancia caía en el Garmin a poco más de minuto por kilómetro, superlativo para las condiciones de la carretera y el trayecto que habíamos completado en las 3 horas y media precedentes.
Completamente desfondados por los últimos repechos que forman la entrada a Bilbao, encaramos la recta de meta al sprint entre los aplausos de admiración de los ciudadanos por el valor y entrega que mostramos los miles que afrontamos la intensa jornada.


En meta con mi amigo Armando, del LeónAir-HotelCondeLuna MasterTeam.

Distancia y tiempo final: 113km y 3:53h. La experiencia de dar todo lo que tienes dentro de ti por un deporte de pasión y penitencia en ésta jornada, no tiene precio.
Bilbao-Bilbao, ha sido un placer y volveré, pero espero que tu hospitalidad en lo que a climatología se refiere aumente en gran medida.


Adrián Rodríguez, 15 de marzo de 2015.