martes, 30 de mayo de 2017

SURCANDO EL INFINITO DE CANTABRIA

“Cantabria infinita”. Éste es uno de los slogans con los que nuestros vecinos del otro lado del puerto de San Glorio promocionan las bondades de su tierra. El calificativo es, cuanto menos, ambicioso. A primera vista parece desproporcionado tildar de infinita a cualquier cosa de este mundo terrenal por muy hermosa, grande o atractiva que sea. Pero ya se sabe que a la hora de vender el producto no hay que escatimar en el elogio. Después será el consumidor quien deberá aplicar el procedimiento del famoso anuncio de la tele: “pruebe, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo”. Es aquí donde entra en juego el Club Ciclista León. -Me explico-: un buen grupo de socios nos decidimos a comprobar ese “infinito” de Cantabria haciendo lo que más nos gusta. La oportunidad nos la brindó la marcha cicloturista llamada “la Cantabrona”, fijada este año para el día 22 de abril. Una marcha madrugadora y primaveral que por su situación en el calendario siempre plantea algunas dudas. Una es la de la climatología -en plena primavera y en Cantabria nos es muy extraño que te toque la lotería de la lluvia y el frío-. Y otra la del estado de forma (Aunque creo que ésta incertidumbre nos acompaña a algunos durante casi todo el año).





Embarcados en la aventura, nos fuimos acercando poco a poco a la fecha marcada. A pesar de las dudas a las que antes hicimos alusión, he de confesar que en mi caso me encontré en vísperas del evento sin haberme calentado demasiado la cabeza. Otras ocupaciones y preocupaciones me mantuvieron distraído hasta pocos días antes de la marcha. Además, como Jorge me había dicho que “la Cantabrona era un buen entrenamiento” para afrontar otros objetivos del año, mi subconsciente actuó automáticamente para quitarle bastante hierro al asunto. Si es un entrenamiento, tampoco será tan dura… pensaba, iluso de mí…  En estas me vi hasta dos o tres días antes del evento. Fue entonces cuando  me dio por informarme más detenidamente de los detalles del recorrido. Y allí empezaron a sonar algunas alarmas: ¡¡¡180 kilómetros, cinco puertos de montaña y más de 3700 metros de desnivel positivo!!! No está mal para ser un entrenamiento…Pero ya no había vuelta atrás: suerte, al toro y que sea lo que Dios quiera… Llegamos finalmente al día de la marcha. A las 8:50 h. nos plantamos en la línea de salida situada en la localidad costera de Cuchía. Un lugar bonito y un día esplendoroso. Ni rastro de nubes amenazantes sobre nuestras cabezas. De momento, todo a favor. Después del encuentro con los compañeros del club, de los saludos de rigor y de las fotografías para inmortalizar el momento, nos incorporamos a la cola del grupo de los 1000 bicicleteros participantes. La colocación estratégica en este preciso lugar del pelotón ya dejaba en evidencia nuestra intención: disfrutar, disfrutar y disfrutar. Nada de cronómetros ni de preocupación por clasificaciones o cosas semejantes. Ya en el cajón de salida, pude saborear el momento. Es uno de los que más me impactan y sobrecogen. Me gusta palpar esa mezcla de sentimientos que aletean por el ambiente justo antes de comenzar a rodar. Me gusta imaginar la historia particular de ilusión, esfuerzo y sacrificio que ha llevado hasta allí a cada uno de esos rostros desconocidos. Me gusta contemplar el chorro de color que imprimen nuestras ropas y nuestras bicis al reflejar el sol de la mañana. Es como si, por un instante, esta vida que tantas veces nos resulta gris y oscura se vistiera de arcoíris.

Bastó el toque de campana para volver en mí y para bajar de nuevo a la tierra: a esa tierra que nos descubriría sus secretos durante buena parte de la jornada. El primer tramo del recorrido resultó tranquilo y cómodo. La organización de la prueba se encargó de contener los ímpetus de los más competitivos hasta el kilómetro 30. Pelotón agrupado, terreno favorable y  primeras sensaciones para ir anticipando lo que nos depararía el resto de la jornada. Así llegamos a las rampas del alto de San Martín, primera dificultad montañosa de la jornada. Una ascensión corta, tendida y facilona, que serviría de aperitivo de lo que llegaría después. Empalmamos, a continuación, con el puerto del Caracol. Aquí la cosa se puso más seria: 10 kilómetros de ascensión con una pequeña tregua de terreno favorable en la mitad de la subida. La prudencia y el sentido común nos invitaron a imprimir un ritmo tranquilo y a guardar fuerzas para lo que nos quedaba por delante. No obstante, la carretera empinada ya se encargó de recordarnos que no veníamos de paseo y que el rodar trotón del plato pequeño nos iba a acompañar durante unas cuantas horas más. La cosa se puso definitivamente seria al llegar al kilómetro 60. Allí arrancaba la subida a Lunada, la más dura de la ruta, pero también la más bella y espectacular. 15 kilómetros de pura poesía ciclista. La carretera serpenteante, el verdor de la montaña, el azul del cielo y la vista majestuosa del valle a nuestras espaldas componen en este puerto una de esas estampas irrepetibles que hacen que amemos el ciclismo. Sin duda es uno de los lugares más bellos que han visto mis ojos. En el terreno estrictamente deportivo tanto Lunada, como los dos puertos que aún quedaban por delante, la Sía y Alisas, los afrontamos con una filosofía parecida: buscar nuestro ritmo, velocidad constante dentro de la moderación, y restar metros a la cima. Una vez coronados, tiempo para comer, beber y esperar al resto de la tropa. Después bajar juntos y sin dispersar demasiado el rebaño. Para mi sorpresa, el cuerpo iba respondiendo espléndidamente y las fuerzas acompañaban. Quizá ayudaba el hecho de ir en la parte trasera del pelotón: -cuando tus vecinos van más castigados que tú y te permites coger el carril de la izquierda para ir adelantando a casi todo lo se te pone por delante, terminas por creerte una especie de reencarnación de Pantani-. Así discurrió la parte central de la marcha, sin mayores incidentes. Bueno, nada reseñable hasta que aparecieron los molinos del viento… Algún alma caritativa (y no miro a nadie)  me alertó de esta terrible visión como un punto crítico del recorrido donde la carretera desafiaba la fuerza de la gravedad con unos increíbles porcentajes… Y a mí, como a un tonto, me pasó lo mismo que a Don Quijote: confundí los molinos con gigantes, hasta que comprobé que todo era una farsa… -¡Menos mal que no soy rencoroso!-

Coronado el puerto de Alisas ya sólo nos quedaban 55 kilómetros y sin ninguna dificultad montañosa de relevancia. ¿Terreno fácil? Nada de eso… Los que repetían en la marcha nos advirtieron de lo contrario. Los temibles y continuos repechos del final del recorrido, unidos al desgaste acumulado, podían componer un coctel peligroso. La sombra del “tío del mazo” asomaba en el horizonte para golpearnos de un momento a otro. Pero ¿quién dijo miedo? Había que gastar las fuerzas que todavía conservaban nuestros cuerpos y lo cierto es que, en mi caso, no sé dónde se guardaban, pero aún me quedaban algunas. En el furor del momento hasta nos dio por asomar en la cabeza de la grupeta para tensar el ritmo y para ir recogiendo cadáveres. (-Prometo que no fue una venganza por la broma de los molinos-). Así nos fuimos acercando a la meta. Para mi sorpresa el físico me acompañó hasta el final. No sé si fue por mi estado de forma, o porque el terreno se adaptaba bien a mis características fisiológicas, o porque el amor propio y las ganas de llegar me hicieron sacar fuerzas de flaqueza, pero lo cierto es que las fuerzas acompañaron y llegué mucho mejor de lo esperado.
Por fin nos encontrábamos en el último kilómetro y había que preparar algo especial para inmortalizar el momento. Salimos juntos y llegamos juntos…Así, agrupados, unidos, satisfechos…, cruzamos la línea de meta.  La fotografía de la pancarta de llegada teñida de rojo y amarillo fue el mejor colofón para un día inolvidable. En ella quedará retratada para siempre esa excitante mezcla de alegría y compañerismo que provocan los sueños cumplidos. Allí estuvimos Patricio, Juan, Patricia, Adrián, Jorge, Sase, Mario, Víctor y un servidor. Seguro que ninguno de nosotros lo olvidaremos.

Llega el momento de ir cerrando esta crónica. Hablábamos al principio de probar el infinito de Cantabria… ¿Después de todo lo vivido en un fantástico día de ciclismo, qué podríamos decir al respecto? Mi conclusión es clara: somos demasiado pequeños para hacernos una idea de la verdadera infinitud, pero estoy seguro de que el infinito nos va regalando sus destellos en las pequeñas o grandes cosas que acompañan nuestra vida y que nos hacen disfrutar de verdad. Las huellas del infinito están ahí, a la vuelta de la esquina: en la belleza de un paisaje, en la majestuosidad de una montaña, en la inmensidad de un cielo azul, en la sensación de flotar sobre el asfalto, en el viento que roza el rostro, en la libertad de surcar caminos desconocidos, en la ilusión que provocan los sueños, en la amistad que une corazones acompasados a 170 pulsaciones…

Son las ocho de la tarde del día 22 de abril y toca emprender el camino de regreso a León. Es el momento de echar el cierre a un fin de semana inolvidable (y no sólo por la Cantabrona); un fin de semana en el que a nosotros, pobres mortales, se nos concedió el privilegio de poder acariciar el infinito con la punta de los dedos.


José Sánchez González

viernes, 12 de mayo de 2017

Desde el otro lado


 Aquel lejano día  de julio de 1991 que me encontraba en Valderas para participar en aquella tradicional Marcha Cicloturista que todos llamábamos la de “Benito el del Silbato”, (un cordial saludo si alguien lo conoce y lee esto), integrado en aquel variopinto pelotón de ciclistas, mirando todo con expectación y también lo reconozco, con bastantes nervios  y viendo que iba a participar en una prueba ciclista.
En cabeza  llevábamos un par de motoristas de la Guardia Civil, (mi enorme agradecimiento a todos los miembros de este cuerpo que acompañan todas las pruebas deportivas y especialmente ciclistas a través de toda la geografía nacional),  y por detrás, una ambulancia que me hizo recordar que cierto peligro habría para que nos acompañara, (años más tarde pude comprobar que gran labor de esos médicos y auxiliares que viajan despacito detrás de todas las pruebas ciclistas, muchísimas gracias también).
Casi inadvertidos vi como en algún cruce, en alguna curva peligrosa, había gente ayudando con su bandera roja, señalizando, advirtiendo, controlando que nadie atravesara la carretera a nuestro paso…
Tras 25 años y después de acudir a carreras, marchas, pruebas ciclistas en general, han sido tantos cruces, tantas curvas peligrosas, tantas rotondas…en fin muchísimas personas que voluntariamente han estado ahí, para protegernos, para darnos un avituallamiento, una palabra de ánimo, tanta ayuda que muchas veces ha pasado inadvertida y creo que poco agradecidos la mayor parte de las veces, he pasado calor, mucho frio, me he mojado infinidad de veces y ellos han seguido estando ahí , sufriendo las mismas e incluso peor las consecuencias de la climatología.
¡¡¡ Gracias Infinitas ¡¡¡¡
 

Todo esto viene a colación que hace unos meses que mi amigo Diego García del Pozo nos comento a la Junta del CC León su intención de hacer la Lieja Leonesa Solidaria a favor de la Asociación Aniridia, le ofrecimos todo nuestro apoyo y ayuda en la medida que el Club en este momento le podía dar y yo personalmente me ofrecí como voluntario para ayudar en el tema de organizar un grupo de personas en moto y cubrir los puntos que pudieran tener riesgo para el paso de la marcha.

Esto me ha hecho vivir y sentir una Marcha Cicloturista desde el lado que no conocía, valorar aún más si cabe esa labor que vi tantas y tantas veces desde la bicicleta, oyendo silbatos, viendo banderolas agitándose, advirtiéndome de tantos y tantos cruces, asfalto en mal estado, gravilla, curvas peligrosas, etc….

Ese ha sido mi granito de arena para esta marcha, la verdad, me hubiera gustado estar ahí, siendo un miembro más de los casi 50 socios del CC León, mis compañeros de club, del que cada día me siento más orgulloso de su valor humano, que habéis acudido  a participar como ciclistas, pero también muy contento de haber participado como voluntario.

Nos sentimos como Club muy agradecidos del reconocimiento que desde la organización de la Lieja Leonesa habéis tenido con nosotros.

Yo en particular me siento excesivamente valorado, mi labor no ha sido tanta para el reconocimiento que me habéis dado, totalmente inmerecido, pero que agradezco de todo corazón.

Quisiera compartirlo con José Antonio Jiménez quien me ha acompañado y ayudado a reconocer el terreno y los puntos más conflictivos, con Diego Puebla, que nos acompañó con su Burgman, con David, que con su coche nos apoyo en los puntos que no llegábamos, con Adrián que una avería le privo de venir con su moto y luego una caída de venir como ciclista, con Eduardo el “Presi”, aportando su experiencia en estos temas, con Jorge, Pablo y Juán controlando y avisando también desde la bici y con todos los que habéis estado trabajando en este maravilloso proyecto: Emerson, Rubén, Juan Pablo, Félix, Rebollo, Cristina… seguro que me dejo a muchos y pido mil perdones y os doy las gracias también. 
Agradecer a  Jorge Montes por esas preciosas fotos que ha realizado.
Nombraría también a todos los participantes sin excepción, especialmente a mis compañeros de club, sabéis que aunque ahora no os acompañe os llevo siempre conmigo y mi mente esta con vosotros allá donde acudís representando al Club.
Pero si a alguna persona en especial hay que agradecer que todo esto haya sido posible, es a Diego García del Pozo,  ha hecho realidad algo que hace unos meses era algo impensable: hacer una Marcha Cicloturista  con 200 participantes en su primera edición, conseguir ayuda económica para que una enfermedad como la Aniridia a través de su Asociación,  tenga más reconocimiento y que haya tenido difusión  en tantos medios de comunicación: prensa, radio, redes sociales, revistas de ciclismo, etc….  

¡¡ Grande Diego, muy Grande ¡¡

 
 
 
 
 
 
¡¡¡  Muchas Gracias ¡¡¡

 José Ramón (Mayo de 2017)