“¡NOS HA TOCADO!” exclamaba Jorge
allá por el mes de enero, seguido de: “¡Nunca pensé que pudiera hacer esta
marcha!”. La Maratona de los Dolomitas por primera vez se iba a celebrar en el mes de julio, el día 5 para ser exactos. Al
saber de este cambio Jorge, David, Juan, JR y yo en un primer momento nos
apuntamos al sorteo de plazas.
La Maratona tiene fama de ser una
de las tres grandes marchas de Europa. Personalmente no conozco la Marmotte,
pero la Quebrantahuesos sí y de momento nada es comparable con la Maratona. Unas
10.000 personas se movilizan desde 60 países para acudir a lo que parece “la
llamada de la nave nodriza” en medio de un paisaje único. En las carreteras que
desembocan en los Dolomitas Italianos pocos coches no van cargados con
bicicletas. Sus ocupantes llevan ese brillo en los ojos que la ilusión dibuja
en la mirada, entre ellos también nosotros,
Jorge, David, Juan y yo, Jr que se descolgó de la convocatoria y le echamos
mucho de menos.
Nuestro objetivo, Corvara, al
este de Italia y a 2.000 km de casa, mejor era tomarlo como un viaje con
paradas. De camino, nos desviamos hacia un pueblín cercano a Briançon,
(Francia) donde pernoctamos antes de
afrontar el Col D’IZOAR a 2.360 metros en el Sur de los Alpes Franceses. Con un
calor sofocante paramos a rendir homenaje a Fausto Coppi en su memorial poco
antes de coronar en una zona llamada La
Casse Déserte, esta fue nuestra
primera Torre de Babel del viaje.
Subimos por la vertiente de
Guillestre y bajamos por la de Briançon. A media bajada David nos hizo reír al
desvelar sus dotes de imitador, que emulando a quien no quiere paradas largas
para avituallarse porque se le enfrían las piernas, le hacen parar para comer
en medio de un descenso de un puerto alpino.
Dos días antes de la gran cita ya
asomábamos por los Dolomitas. Sorpresa mayúscula al ver el Passo Gardena, con
sus grandes rocas en forma de dolmen, formación rocosa que da nombre a la zona.
Alojados en Corvara, a 5 km de la salida y donde se situaba la meta, nuestro
alojamiento situado en plenas pistas de ski sorprendió por su belleza, las
vistas y también por la pedazo cuesta tipo Valdorria con la que había que
lidiar antes de alcanzar la puerta. “¡Hay que ver, siempre pillamos los alojamientos
con sorpresa!”
Noches templadas que daban días de
sol y calor. La pregunta es obligada: “¿Qué os vais a poner mañana?” Recogiendo
los dorsales el día antes nos percatamos del calor que podía llegar a hacer.
Toda la parafernalia del dorsal es muy profesional, los detalles cuidados al
máximo nivel, desde cambio de tallas del maillot, maillots de mujer para
nosotras, y hasta un chaleco Castelli de
la Maratona.
El 5 de julio de 2015, la marcha
salía a 6:30 am. No estábamos lejos de La Villa, localidad de donde partía la marcha, pero los
preliminares matutinos llevan su tiempo. Despertadores, olor a café reciente, luces
encendidas en la mayoría de los apartamentos aledaños y gente en movimiento.
“Qué temprano es, no ha amanecido, pero no hace frío, eso es bueno, las cabras
que vimos ayer fueron una señal”, me decía para mis adentros. Nuestra Valdorria
particular nos esperaba y de camino fui experimentando una sensación nueva, era
como dar un salto al vacío. Sentimientos de desasosiego, nerviosismo y
toneladas de ilusión se entremezclaban al despedirme de Juan y de los demás
para dirigirme a la zona de féminas, justo delante del todo. Todo quedó
eclipsado en el momento en que el speaker
anunciaba el inminente comienzo de la prueba, todo ello aderezado con la
bendición católica de un sacerdote justo antes del chupinazo que marcó la
salida. “Claro, estamos en Italia”, pensé. Helicópteros de la RAI sobrevolando
nuestras cabezas, ruido de calas encajando en los pedales y gritos de emoción y
parabienes en infinidad de idiomas. “¡Esta sí que es la marcha de la Torre de
Babel, esto promete!”.
La Naturaleza
en estado puro me mantenía entretenida, sabía que por detrás venían los “Tres
Mosqueteros” y tarde o temprano me iban a alcanzar. Gente animando, tiroleses
haciendo sonar el látigo como un disparo en la primera subida a Campolongo. A
continuación Passo Pordoi (2.239 m) donde
comí una barrita mientras pensaba: “¡Qué suerte tengo de poder estar aquí!”. Continúo
la marcha, cargo fuerzas en el avituallamiento del P. Sella (2.244 m) donde lugareños
de las montañas animan a los ciclistas armando estruendo con cencerros enormes
y carracas de dimensiones descomunales que se escuchan en todo el valle. “Qué raro,
llevo varias horas de marcha, casi cuatro subidas y todavía no me ha alcanzado
nadie de los que vinimos juntos, espero que estén todos bien”. Busco los
colores del CCLeón entre la multitud cada vez que doblo una curva y tengo
visibilidad hacia abajo. “Nada, no vienen”. Hasta que por fin escucho. “¡Patriiiiiiiiiii,
estás aquí!”. Sonrío al ver que empiezan a cumplirse mis previsiones y me
alegro de escuchar una voz amiga. Jorge me ha dado alcance en primer lugar poco
antes del avituallamiento del Passo Gardena (1.871 m). “Adesso qualcosa!” me gritan al adelantarme en el descenso. Todo
tiene su razón de ser. “¡He perdido el tapón del bidón y ha salido despedido, no
doy crédito!” ¿Por qué mi vida siempre se complica con los bidones en las
grandes citas?”. Segundo ascenso al Campolongo (1.875m), llego al
avituallamiento, intento conseguir un bidón nuevo sin éxito, pero escucho la
voz melodiosa que me hace decir con alegría y casi sin girarme para ver quién
era: “¡Qué bien, mi Juan, ya me has alcanzado!”.
Se acabó el
trayecto en solitario y nos dirigimos al Passo Giau. El calor empieza a
apretar, la gente empieza a necesitar agua, vemos colas y digo colas de gente
en línea esperando su turno para cargar los bidones en algunos regueros de la
subida. Mediodía, toda la fuerza del sol cae sin piedad en un valle donde no
corre una brizna de aire, una tórrida subida sin mucha sombra salvo aquella
proporcionada por los túneles y las viseras del puerto que sirven de cobijo y
descanso a los más afectados por las altas temperaturas, no recuerdo mucho del
aspecto de este puerto, lo que sí recuerdo es el panorama dantesco durante la
subida, “¡Pasamos de los 34ºC fijo!”. Con cada gota de sudor que veía caer y
salpicar la barra de mi bici pensaba…. “¿Dónde vas? ¡Te necesito!”. Subida dura,
10 km al 10% de desnivel mas lo que llevas de antes, Juan adelantado unos
metros, va recibiendo noticias mías por medio de los españoles que me saludan durante la subida. “¿Qué tal la has visto?”, “Bien,
bien!”, le respondían.
En la cima del
Giau (2.236 m) nos quedamos perplejos con la vista. Al poco llegó David, foto
para la historia y desde ahí ya no nos separamos.
Solo quedaba
un escollo y medio, el P. Falzarego (2.117)
donde el exciclista profesional Eros Poli reconoció León en el maillot y
nos habló de cuando corrido la Vuelta a León y a Burgos. Todavía faltaba el Passo
Valparola (2.200 m) para luego dejarse caer hasta La Villa, donde el tremendo Muro
del Gato ponía a cada uno en su sito, otra vez, y ya iban ocho. Este muro de unos
200 m de largo y rampas de hasta 19% provocó innumerables “eses”, caídas, “pies
a tierra” y esfuerzos sacados de donde ya no quedaba nada.
El Muro del Gato
nunca estaba en silencio, gente disfrazada de gato, de demonio, de mil cosas…
animaban y gritaban a tu lado, arrancándote una sonrisa si las fuerzas lo
permitían, claro. De ahí a la meta solo había 2 km, este tramo era como el paso
por el purgatorio, te provocaba sentimientos encontrados. “Qué pena, esto se
acaba… ¿Qué digo? pero si estoy deseando llegar y que pase esta tortura!” Cada
uno vive su marcha, sus dolores, sus crisis, su momento de la llegada… momentos muy especiales donde cada uno dedica sus logros, o no. En mi
caso sí lo hice, así como la subida al Gavia (2.652m) desde Bormio a los dos días,
y las dos vertientes del Stelvio (2.758) también. Estoy segura de desde donde
esté, mi padre me anima a seguir “un poco más” y no rendirme a las primeras de
cambio.
Sabemos que es
muy difícil volver a ser tocados por la diosa de la fortuna y que podamos
repetir otro año la Maratona de los Dolomitas, por eso quiero dar las gracias a
“Mi Juan” (ahora Giovanni) que además de
ser un ser “un sufridor”, soportó dolores que van y vienen cuando menos se lo
espera y disfrutó a lo grande en los descensos sin mí. A David, (ahora Davide)
quien le pone un punto épico a todas las marchas que hace, dolores de huesos y
piel quemada en combinación con la mayor afabilidad que puede tener una
persona, ah! y los mejores “dichos”. Gracias también a Jorge (ahora Giorgio)
que nos mete en estos “fregaos” y nunca dice mentiras sobre cómo son los
puertos…. Ah! Y que por cierto hizo un tiempazo en esta marcha también!
Compartimos
momentos, experiencias, ilusiones que nos mantienen en movimiento y nos hacen
ser más duros y más humanos a la vez, pero poder estar en estos lugares y hacer
estas cosas hace que veamos la vida de
otra manera. Ha merecido mucho la pena tanto esfuerzo. Gracias a todos, sin
vosotros esto nunca habría sucedido.
Patricia González.
Felicidades por el reto conseguido, y por la extraordinaria crónica.
ResponderEliminarme ha encantado la cronica. Felicidades a todossss
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